Biografía
de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador
El
Cid histórico y el Cid literario
La
leyenda que a partir del siglo XIII comenzó a forjarse en
torno a la figura histórica de Rodrigo Díaz de
Vivar fue engendrando progresivamente un corpus de gestas y
acontecimientos que los interesados monarcas de siglos posteriores
utilizaron como referente épico en el que encontrar los valores
predominantes de cada época con fines claramente propagandísticos.
De esta manera, El Cantar
de Mio Cid (fechado hacia 1207), la Leyenda de Cardeña
(hacia 1270) y Las Mocedades de Rodrigo (hacia 1400) divulgaron
una falsa historia que ocultó la verdadera peripecia vital
de un hombre de armas del siglo XI que lejos de encarnar los ideales
de orgullo castellano, fidelidad a ultranza al rey y cristianismo
militante, como pretendían estos relatos, buscó su
propio beneficio al amparo del mejor postor, lo que le hizo combatir
a ambos lados de la frontera cambiando de aliado en función
de sus intereses personales.
En
esta biografía vamos a centrarnos estrictamente en la figura
histórica del llamado Cid Campeador, apelativo que
deriva de Sidi, del árabe Señor y Campeador,
del latín Campi doctor, experto o vencedor en el campo
de batalla, lo que nos da una muestra más de su carácter.
Ramón Menéndez Pidal, en su España del
Cid, afirma que la personalidad histórica del héroe
era mucho más interesante que la literaria. Su significación
ha sido muy discutida, incluso hay quien incluso ha negado su existencia,
como el jesuita catalán Masdeu en el siglo XVIII, pero en
absoluto puede llegarse a tal extremo, puesto que hay evidencias
históricas suficientes para trazar una biografía sumamente
atractiva.
Los
primeros años de Rodrigo Díaz de Vivar en la política
castellanoleonesa
No existe evidencia alguna
ni sobre el lugar ni sobre la fecha de su nacimiento. Recurriendo
a los relatos literarios, podríamos afirmar que llegó
al mundo en Vivar en una fecha comprendida entre el 1043
y el 1054. Era hijo de Diego Laínez, del que se creía
que era descendiente de Laín Calvo, uno de los jueces de
Castilla, y de una mujer, de la que se desconoce el nombre, que
pertenecía al aristocrático linaje de los Álvarez.
Rodrigo se formó
en la corte de Fernando I, donde trabó amistad con
el infante Sancho, al que acompañó a una temprana
edad, quizás 15 años, hasta la capital del reino musulmán
de Zaragoza, cuyo príncipe era tributario del rey castellano-leonés.
El viaje sirvió para forjar una alianza cristiano-musulmana
con el objetivo de combatir al rey aragonés, Ramiro, al que
se arrebató la plaza de Graus para reintegrarla a la taifa
del Ebro. El tempranero éxito en el campo de batalla y los
honores posteriores dispensados por al-Muqtadir debieron de impactar
al joven castellano, que conoció de primera mano el modo
de vida de las ciudades musulmanas y el juego de alianzas fronterizas
imperante en la península durante el primer tercio del siglo
XI.
A la muerte de Fernando
I, en 1065, su reino se divide entre sus hijos. Sancho, ya como
rey de Castilla, encumbra al Campeador a las más altas cimas
de su corte, en lo que parece una prometedora carrera. Sin embargo,
en 1072 se produce un acontecimiento funesto para las expectativas
y ánimo del Cid. Sancho II muere asesinado por Bellido
Dolfos en el asedio de la ciudad de Zamora, dónde se
encontraba su hermano, Alfonso VI de León.
Todo parece indicar que
el famoso juramento de Santa Gadea carece de rigor histórico,
ya que las primeras relaciones de Alfonso VI con Rodrigo Díaz
de Vivar fueron cordiales, de hecho, en torno al 1074, el guerrero
castellano contrajo matrimonio con Jimena, sobrina del monarca
leonés y miembro de la nobleza, como hija del conde de Oviedo,
aunque las Mocedades de Rodrigo aseguran que era hija del conde
Gómez de Gormaz, al que el Campeador decapitó para
vengar a su padre.
La Historia Roderici nos
relata que en el año 1079, como embajador de Alfonso VI,
se desplazó hasta Sevilla para cobrar parias. Estando en
la corte de al-Mutamid, llegó la noticia de que el conde
García Ordóñez acompañaba al
rey de la taifa de Granada que se dirigía hasta la ciudad
hispalense con intenciones beligerantes. Sin dudarlo, el Campeador
se ofreció a ayudar a su aliado, quizás en un intento
de escalar posiciones en la corte alfonsina, ya que el enfrentamiento
entre ambos condes se vio salpicado de buenas dosis de orgullo personal.
Así tuvo lugar la batalla de Cabra, en la que salió
victorioso el Cid.
El
primer destierro del Cid
La vuelta a la corte castellano-leonesa
debió de resultar dura. Pese a su derrota, García
Ordóñez seguía gozando de la máxima
confianza de Alfonso VI, por lo que Rodrigo, que había degustado
las mieles del triunfo y la riqueza de las cortes musulmanas de
Zaragoza y Sevilla, comenzó a sopesar la posibilidad de iniciar
una aventura personal lejos de sus orígenes, conocedor de
las necesidades de los reyes de taifas de contar con un espléndido
estratega militar que defendiera sus fronteras en lugar de los poco
entrenados infantes andalusíes.
Después
de diez años de fiel vasallaje, el Cid vio su oportunidad
cuando en la primavera de 1081 se decide a liderar una campaña
militar en torno a las tierras de Gormaz, que habían sido
atacadas por sorpresa por musulmanes procedentes de la taifa de
Toledo. Las huestes del castellano penetran en los territorios de
al-Qadir entregándose al saqueo de los campos y al asalto
de poblaciones de la zona nororiental de la taifa. Alfonso VI, descontento
con su actuación, que ponía en serio riesgo sus negociaciones
amistosas con el príncipe toledano, decide condenarlo al
destierro por deslealtad.
Seguro de sí mismo,
el Campeador marcha a tierras catalanas para ofrecer sus servicios
a los condes Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón
II, pero no es bien acogido. Rechazado, acude a Zaragoza, donde
al-Muqtadir acepta gustoso la propuesta cidiana. Entre 1081
y 1087, Rodrigo Díaz de Vivar combate en nombre de los musulmanes
contra el rey de las taifas de Lérida, Tortosa y Denia; contra
Sancho Ramírez de Aragón y contra el conde Berenguer
Ramón II de Barcelona, a los que derrota y humilla.
Apremiado por la derrota
de Sagrajas en 1086, Alfonso VI pide ayuda a todos sus señores
para hacer frente a la amenaza Almorávide. El Campeador
recibe el encargo de ahuyentar del territorio valenciano a todos
los aspirantes al dominio de la zona bajo la promesa, según
la Historia Roderici, de que adquiriría en propiedad todas
las tierras que conquistase en Levante bajo el nombre del rey. El
Cid cumple el encargo a la perfección, ganándose el
tributo de Sagunto y Alpuente, lo que le permite mantener a su ejército
sin que el rey tenga que aportar ni un solo sueldo.
El
segundo destierro
Crecido por el poder y probablemente
preocupado por granjearse un territorio autónomo en Levante,
Rodrigo Díaz de Vivar se gana el segundo destierro
cuando no acude a la llamada de Alfonso VI para colaborar en la
defensa de la fortaleza de Aledo, en Murcia, asediada de
nuevo por los almorávides de Yusuf. El Campeador aprovecha
la ocasión para intensificar su presión sobre los
señores levantinos, a los que vuelve a cobrar tributos a
cambio de protección. En 1089 derrota a al-Mundir en Denia.
Poco después, Berenguer Ramón II, aliado con al-Hachib
de Lérida, ataca al Cid en Tévar, pero es repelido
en 1090.
En 1092, espoleado por los
éxitos militares, decide acometer la empresa de la toma
de Valencia no sin antes acudir a La Rioja en auxilio de la
taifa de Zaragoza para combatir a su enemigo García Ordóñez,
momento que aprovecha Alfonso VI para atacar Tortosa y la capital
levantina con apoyo naval de Génova y Pisa, aunque no obtiene
resultados.
Rodrigo
conquista Valencia
El fracaso militar del rey,
que no contó con la colaboración del Cid, permite
a Rodrigo Díaz de Vivar iniciar por su cuenta una intensa
y violenta ofensiva sobre la capital levantina, que asedia sin contemplaciones,
asolando los campos y destruyendo sus arrabales. En 1094, obtiene
la capitulación definitiva de la urbe, en la que entra victorioso.
El triunfo sobre los almorávides
en la batalla de Cuarte, una de las más importantes
de su trayectoria, permite al Campeador la imposición de
parias de forma generalizada desde Lérida y Tortosa hasta
la capital levantina, configurando así un principado islámico
bajo soberanía de un príncipe cristiano, en el que
sigue vigente la legalidad coránica.
La obtención de riquezas
y el orgullo de ser el único capaz de frenar la violenta
irrupción peninsular de los almorávides, que habían
contrarrestado el golpe de efecto que Alfonso VI había dado
al tomar Toledo, suponen un triunfo personal para Rodrigo.
Tras liderar una última
campaña victoriosa contra Yusuf, la de Murviedro,
en 1098 y 1099, el Cid muere en la ciudad de Valencia dejando a
su viuda, Jimena, la custodia del reino valenciano y territorios
adyacentes. Sin embargo, carente de apoyos externos, la resistencia
sólo pudo prolongarse hasta 1102, fecha en la que los cristianos
abandonan la ciudad después de incendiarla.
Enterrado originalmente
en la catedral de Valencia, los restos del Campeador son trasladados
al caer la ciudad en manos musulmanas hasta el monasterio de
San Pedro de Cardeña, ubicación de indudable sabor
cidiano, donde comienza a gestarse la otra historia de el Cid.