Introducción
al Cantar de Mio Cid
Ramón
Menéndez Pidal ve la mano de por lo menos dos poetas en
este primer monumento de la poesía castellana denominado
"Cantar de Mio Cid": uno, contemporáneo,
o poco menos, de los hechos narrados, al que designa como "el
poeta de San Esteban de Gormaz", y otro que intervino aproximadamente
medio siglo después de la muerte del héroe, "el
poeta de Medinaceli".
El
Poema o Cantar de Mio Cid se divide en tres cantares, que narran
las acciones de guerra y las vicisitudes políticas y familiares
de Rodrigo (Ruy) Díaz, en tiempos de la Reconquista, durante
el último cuarto del siglo XI. Según datos históricos
comprobados, por cotejos de crónicas cristianas y musulmanas,
Ruy Díaz, llamado por los moros Cidí o Mío
Cid ("mi señor"), y por moros y cristianos el
Campeador (de Campis doctor, esto es, excelente en el campo de
batalla), nació en Vivar, cerca de Burgos, en 1043, y murió
en Valencia en 1099.
Es una obra de corte realista.
Aunque con deformaciones históricas, carece del elemento
fantástico y desaforado que caracteriza a las otras epopeyas.
El Cantar de Mio Cid se abre con uno de los temas que, por encima
de las hazañas bélicas, serán predominantes
en la obra: las injusticias de que es víctima el héroe.
La
historia relatada por el Cantar de Mio Cid
El Poema o Cantar de Mio
Cid sitúa la historia en la segunda mitad del siglo XI,
cuando Ruy Díaz es un infanzón, a quien el rey Alfonso
VI de Castilla envía a cobrar los tributos que le debe
el rey moro de Sevilla. En esta ciudad reside un ricohombre de
Castilla, García Ordóñez, quien trata de
humillar al emisario del rey y se convierte en su enemigo declarado.
El Cid combate con él
en Cabra, le vence y le mesa la barba, humillación suprema
en la época. Para vengarse de la afrenta García
Ordóñez hace que sus partidarios en la Corte, consumados
"mestureros" (intrigantes), le indispongan con Alfonso,
haciéndole creer que su emisario se ha quedado con parte
del tributo sevillano.
Alfonso reacciona desterrando
al Cid, que se ve obligado a marcharse a vivir en tierra de infieles.
Acata Rodrigo la decisión, expatriándose acompañado
de trescientos caballeros, entre ellos su sobrino Minaya Álvar
Fáñez.
La
infamia tramada contra él queda patente en el hecho de
que sale de Vivar muy pobre. En Burgos tiene que pedir un préstamo
a los judíos Raquel y Vidas. Obedientes al mandato real
de no prestarle auxilio alguno, los burgaleses le cierran sus
puertas -con la única excepción de Martín
Antolínez, que le procura el préstamo de los judíos-
y el héroe abandona la ciudad.
Al pasar por Cárdena,
se despide de su esposa, doña Jimena, y de sus dos hijas
pequeñas, Cristina y María, que en el poema se llaman
doña Sol y doña Elvira.
También a Rodrigo
se le aparece en sueños el arcángel san Gabriel,
en su última noche antes de entrar en tierra de moros,
para anunciarle que su vida será venturosa y estará
jalonada de honores y victorias. Cruza Ruy Díaz el Duero
y se apodera del castillo de Castejón, en la Alcarria,
y del de Alcocer, ya en el reino de Aragón. Obtiene con
ello sus primeros botines y manda a su sobrino Álvar Fáñez
a la corte, con un presente de treinta caballos para Alfonso,
además de otros regalos para su esposa e hijas.
Cabe señalar que,
pese a las reiteradas injusticias de que le hizo objeto el rey
y su señor, en el Cantar de Mío Cid, Rodrigo le
guardó siempre una escrupulosa fidelidad. Nunca dejó
de considerarse su vasallo ni volvió sus armas contra la
corona. En su primera campaña, el Cid se apodera de Zaragoza
y Teruel, tributarias del conde Ramón Berenguer II de Barcelona,
a quien derrota y apresa en Tévar, pero le deja en libertad
a los tres días. Ante la generosidad de su vencedor, Ramón
Berenguer le acepta como protector. Esta actitud será luego
una constante en la conducta del Cid, que le granjeará
el afecto de los moros.
En el segundo de los Cantares
se plantea lo que podría considerarse el asunto central
de la obra: las bodas de doña Sol y doña Elvira,
las hijas del Cid. Hace notar Menéndez Pidal que, aun siendo
un cantar "de gesta", este poema refleja más
la lucha de clases entre la nobleza que la epopeya guerrera. Efectivamente,
la suerte de Sol y Elvira es uno de los ejes de todo el poema,
junto con la pugna del propio Rodrigo por hacer respetar su nobleza,
ganada en el campo de batalla, tanto al rey como a los antiguos
señores hereditarios.
En nuevas campañas,
se apodera el Cid de la ciudad de Valencia. Hace investir como
obispo el francés Jeróme de Périgord, llamado
don Jerónimo en el poema. Vuelve entonces a enviar a su
sobrino Álvar Fáñez con otro presente, cien
caballos, y un mensaje en que se declara vasallo de Alfonso y
le ofrece el reino de Valencia.
También le pide
permiso para que doña Jimena y sus hijas se reúnan
con él en esa ciudad. El rey se encuentra a la sazón
en Camón, y dos jóvenes infantes de la ciudad, Diego
y Fernando, de la encumbrada familia de los Vani-Gómez,
hijos y sobrinos de condes, le piden que les trate el casamiento
con las hijas del Cid.
Mientras tanto, Alfonso
ha accedido al ruego del paladín, y Minaya lleva a Valencia
a doña Jimena y sus hijas, quienes son recibidas por el
caudillo con gran contento y amor.
El rey Yúcef (Yúsuf)
de Marruecos intenta reconquistar Valencia, pero Ruy Díaz
le derrota, malhiere y pone en fuga, apoderándose de un
inmenso botín. Nuevamente parte Álvar Fáñez
para Valladolid, esta vez con un presente de doscientos caballos
lujosamente enjaezados y con una espada en cada arzón.
La magnificencia del regalo impresiona al rey. Al mismo tiempo,
reaviva la envidia del conde García Ordóñez,
y despierta la codicia de los infantes de Carrión, que
reiteran al monarca su petición de que les case con las
hijas del héroe. Accede Alfonso y envía a Minaya
con el perdón para el Campeador, encomendándole
además que prepare el terreno para la petición de
mano.
Al fin, el rey y el Cid
se reúnen en Toledo; Alfonso le pide que case a sus hijas
con los Vani-Gómez. Rodrigo se disculpa con la extrema
juventud de sus hijas pero acaba por aceptar a regañadientes,
pues detesta la vanidad de los magnates de la Corte. Los esponsales
se celebran en Valencia.
El último de los
Cantares es el de la humillación y rehabilitación
del Campeador. El rey Búcar de Marruecos hace otro intento
de recuperar Valencia, pero es derrotado y muerto en combate por
el Cid. En la batalla tienen su bautismo bélico sus yernos,
quienes en todo momento tienen un comportamiento cobarde y vil,
pero la familia hace creer al Cid que se han batido denodadamente.
Surge entonces una doble situación: el Campeador cobra
afecto a los infantes de Carrión, a quienes elogia sin
cesar por su valentía; mientras tanto, en su corte, son
objeto de burlas disimuladas o del desprecio de los allegados
del héroe.
Los infantes, que nunca
han dejado de considerar a su suegro como persona de linaje inferior,
traman venganza en la persona de sus desposadas. Así, piden
autorización a Ruy Díaz para ir con ellas a Carrión,
y éste se lo concede. Les entrega espléndidos presentes,
más 3000 marcos en calidad de dote por doña Sol
y doña Elvira, y lleva su afecto hasta el punto de regalarles
sus dos preciadas espadas, la Tizona y la Colada, templadas en
los duros combates contra los moros; por último, encomienda
a su sobrino Félez Muñoz que acompañe al
grupo hasta Carrión. Emprenden el viaje, pasando por Medinaceli
y San Esteban de Gormaz, y en el robledal de Corpes los infantes
maltratan a sus prometidas, abandonándolas casi muertas.
Félez
Muñoz recoge a sus desdichadas primas, y nuevamente el
fiel Minaya acude desde Valencia para llevarlas de regreso. El
Cid manda a la Corte un emisario, Muño Gustioz, para que
en su nombre exija justicia al rey. Alfonso convoca Cortes en
Toledo y a las vistas acuden ambas partes, el ultrajado Campeador
y sus ofensores, apoyados éstos por un poderoso grupo de
ricos-hombres encabezado por el conde García Ordóñez.
La sentencia final favorece al Cid: obtiene la devolución
de la dote y de sus dos espadas, así como la autorización
para lavar la ofensa en duelo singular.
Se enfrentan, por el bando
de Ruy Díaz, sus guerreros Pedro Bermúdez, Martín
Antolínez y Muño Gustioz, contra los infantes Diego
y Fernando, y su hermano Asur González. Cuando está
por librarse el lance, llegan a la corte emisarios de los herederos
de los reinos de Navarra y Aragón, pidiendo para ellos
por esposas a doña Sol y doña Elvira. El rey da
su beneplácito, pero no por ello perdona a los de Carrión,
y ordena que el duelo se lleve a efecto. Así se hace, y
vencen los adalides del Cid, quedando los Vani-Gómez infamados
como "malos y traidores".