Éramos conscientes
que teníamos que madrugar bastante para poder visitar todos
los lugares previstos, ya que la distancia desde Madrid a las
Tierras del Arlanza y la Sierra de la Demanda de Burgos es considerable.
Nuestros acompañantes
(mucho de ellos ya viejos amigos y fieles a los Viajes Guiados
de Arteguias) fueron estrictamente puntuales y pudimos comenzar
el viaje a las 8:30, con ganas de ver, aprender y también
de disfrutar de un bonito día en grata compañía.
Durante un rato estuvimos
hablando del nacimiento del Condado de Castilla y la biografía
de Fernán González, así como la repercusión
de su gobierno en la política y arte castellanos de los
siglos X y XI.
Luego,
hicimos una breve parada con el fin de estirar las piernas y reponer
fuerzas para continuar hasta Silos, que era nuestro primer objetivo.
Poco antes de llegar hablamos
de los dos grandes talleres que trabajaron en el claustro bajo
de este insigne monasterio. Concretamos diferencias tanto escultóricas
como arquitectónicas.
Una vez en el claustro
la teoría pasó a ser una viva realidad. Tiene tanto
que ver y sentir este lugar que en ocasiones no sabe uno dónde
dirigir la mirada.
Pero, sin duda, lo más
admirado y fotografiado fueron los relieves de ambos maestros,
especialmente la duda de Santo Tomás y la Coronación
de la Virgen. Hablamos del ritmo de los pies de los personajes
del primer maestro, de la ferocidad de algunas bestias silenses,
del naturalismo y perfección del segundo maestro. También
debatimos sobre el significado de los monos atados con cuerdas
en uno de los capiteles de la entrada a la sala capitular.
Pudimos visitar otras
estancias interesantes como la famosa botica y sobre todo, el
museo que alberga el tímpano de la puerta norte de la iglesia
y una buena colección de esmaltes y piezas de orfebrería
medieval.
Desde Silos el camino
a Covarrubias es muy corto y llegamos a la hora prevista. Nos
esperaba el amable y simpático párroco de la iglesia
de Santa María que nos hizo un auténtico y minucioso
recorrido por todas las obras de arte que atesora este gran monumento
gótico, especialmente en el museo. El sepulcro románico
de Cristina de Noruega y el famoso retablo del Maestro de Covarrubias
fueron dos de los elementos que más nos sorprendieron.
Tras la visita, la comida
en el restaurante Galín (¡que rica la morcilla!)
y un paseo por la villa, con el Torreón de Doña
Sancha y la iglesia románico-gótica de Santo Tomás
como testigos.
El penúltimo destino
era nada menos que Arlanza. Sentimos la hermosura y la soledad
del paraje donde se asienta la Ermita de San Pelayo y las ruinas
románicas. No en balde este cenobio nació a partir
de grupos de ermitaños que se cobijaban en las cuevas cercanas.
La vista a esta venerables
ruinas, pese a lo perdido -que es mucho- nunca deja indiferente.
Y si la contemplación de la iglesia, con sus ábsides
y arranque de los pilares ya merecía la pena, el colofón
fue la subida a la torre desde la que pudimos apreciar magníficas
vistas, además de poder localizar una buena colección
de marcas de cantero.
Nos esperaba la iglesia
de Quintanilla de las Viñas, una de las escasas joyas conservadas
de la arquitectura visigoda. Debatimos frente a su cabecera sobre
el posible significado de los monogramas esculpidos y admiramos
los ciclópeos sillares con que se levanto esta iglesia
de la que sólo queda una parte al haberse derrumbado el
cuerpo de las naves.
Una
vez dentro, pudimos admirar los sillares esculpidos a modo de
capiteles con ángeles, soles y lunas de misteriosas y ancestrales
formas. Todo es el interior de este pequeño espacio se
percibe como arraigado en una lejanísima antigüedad.
Por algo estas piedras ancianas tienen mil cuatrocientos años
a sus espaldas.
La vuelta a Madrid se
nos volvió a hacer más corta de lo esperado. Las
conversaciones animadas entre nuestros amigos hicieron de la larga
distancia apenas un breve paseo.