Situada apenas a unos 25 kilómetros al este
de Pamplona y a unos 40 al oeste de Sangüesa, a cuya antigua
Merindad pertenecía, la minúscula población
de Artaiz es hoy uno de los cinco concejos que componen el municipio
de Unciti, accesible desde la llamada autovía del Pirineo
que comunica la capital de Navarra con la Jacetania oscense.
El
pequeño caserío, que ni llega al medio centenar
de habitantes censados, se acomoda no lejos de la Peña
Izaga en una airosa ladera coronada precisamente por su iglesia
parroquial de San Martín de Tours y su casa fuerte aneja,
probablemente heredera ésta de una primitiva torre señorial
desmochada y reacondicionada.
Ante la total ausencia de documentación que
pueda esclarecernos el origen de tan singular templo románico,
ha tendido a relacionarse su fundación con el linaje de
los Almoravid, familia de cierta influencia en el Reino durante
los siglos XII y XIII y más que probable propietaria a
tenor de uno de los escudos conservados de la citada torre fuerte
vecina, aunque este extremo es a día de hoy imposible de
confirmar.
Lo cierto es que la iglesia de San Martín
de Tours de Artaiz, pese a no gozar de la fama de otras construcciones
románicas navarras como pueden ser Leyre, Sangüesa
o cualquiera de los grandes construcciones que jalonan en Camino
de Santiago a su paso por la Comunidad Foral, es uno de los templos
más interesantes de todo el románico rural navarro.
Fue restaurada en una primera fase entre 1956 y 1962,
siendo declarada Bien de Interés Cultural en 1983. Mucho
más recientemente, concretamente en el año 1997,
fueron realizadas nuevas obras de restauración, conservándose
hoy en día en un estado impecable.
La Iglesia de San Martín de Artaiz
En su estado actual, la iglesia de San Martín
de Artaiz presenta la típica estructura rural de nave
única de cuatro tramos rematada en su correspondiente ábside
semicircular cubierto con bóveda de horno y abierto en
su eje mediante un modesto ventanal aspillerado. Toda la fábrica
fue levantada a base de sillares de notable calidad.
La principal reforma sufrida por la iglesia dataría
del siglo XVI, cuando se erigió una pequeña capilla
al costado norte que a su vez servía de comunicación
con una modesta sacristía. Durante esta misma reforma fueron
sustituidos los abovedamientos de los dos primeros tramos de la
nave, de manera que en la actualidad dichos tramos presentan bóveda
de terceletes, mientras que los dos últimos tramos conservan
su más que probable original fisionomía de cañón
ligeramente apuntado reforzado por un fajón de idéntico
perfil y que apea sobre potentes ménsulas.
La torre-campanario, mucho más humilde en
su aparejo que el resto de la construcción, pudo ser levantada
en una segunda fase aún en época medieval sobre
el tramo más occidental de la nave, siendo hoy accesible
a través de una moderna escalera desde el coro alto.
Al exterior, el elemento más destacable sin
lugar a dudas es su portada sur (en la que nos detendremos a continuación)
y la colección de canecillos que adornan las cornisas tanto
de la propia nave como del tabor absidial.
La portada
Más allá de la inestimable calidad
de su escultura, la portada de San Martín de Artaiz constituye
en lo programático uno de los conjuntos escultóricos
más ricos y a su vez enigmáticos no solo del románico
navarro, si no del conjunto del arte románico español.
Muchos han sido los especialistas que, a lo largo
del siglo XX y aún hoy en el siglo XXI, han teorizado acerca
de la cronología de la obra, el mensaje allí plasmado
y la posible filiación de los maestros ejecutores del programa,
no habiéndose llegado ni mucho menos a una conclusión
unitaria.
Se presenta la puerta sobre un cuerpo en resalte
respecto al muro y bajo un breve tejaroz volado sustentado por
canecillos, siendo tres las arquivoltas abocinadas y de medio
punto que abrazan el vano. De ellas, las dos internas presentan
perfil abocelado mientras que la más externa se anima mediante
carnosas rosetas hexapétalas, todo ello trasdosado por
un guardapolvo ajedrezado.
Descansan las tres roscas sobre otras tantas columnas
acodilladas a cada lado, las cuales, rematan en interesantísimos
capiteles figurados de muy buena factura. Comenzando su lectura
por la izquierda según el punto de vista del espectador,
la primera cesta despliega motivos vegetales relacionables con
el claustro de la catedral de Pamplona.
En la siguiente, un personaje de tres caras definido
por especialistas como un Jano trifronte, asoma su cabeza de entre
un follaje vegetal en el que casi parece columpiarse, presentando
a cada lado sendas cabecitas de perfil. Esta curiosísima
representación de tres caras en una (trifronte), también
presente en otros templos del propio Valle de Izagaondoa, se repite
también en uno de los canecillos del muro sur del mismo
templo y, sin que quede ni mucho menos claro, ha sido interpretado
como una posible representación de la Trinidad.
La más interna de las cestas del lado izquierdo
presenta una aparentemente caótica composición en
la que se mezclan animales con figuras humanas en distintos cánones,
llamando la atención un gran mascarón justo en el
vértice y otro personaje barbado que parece llevarse la
mano a la boca.
Al otro lado del vano, el primer capitel dispone
dos personajes que parecen batirse en lucha mientras dos aves
picotean sus cabezas. En la cara contigua, un hombre salta sobre
un ser de aspecto monstruoso, pero que probablemente se trata
de un león.
Los últimos dos capiteles del sector derecho
de la puerta presentan una pareja de arpías con sus colas
entrelazas el primero y, mucho peor conservado, lo que parece
ser un hombre llevándose la mano a la mejilla. También
dignos de reseñar son los decorativos cimacios reticulados
formando celdillas romboidales que coronan cada uno de los capiteles.
Sobre el vano y sostenido por mochetas en las que
se adivina una esquemática cabecita humana a la izquierda
y un mascarón demoniaco a la derecha, el tímpano
despliega en el centro un crismón trinitario más
de tipo aragonés que navarro según los especialistas.
Flanqueando el crismón a cada lado fueron
tallados dos especies de discos a base de un doble anillo concéntrico
en los que se inscribe una hexapétala, conservándose
aún restos palpables de su policromía original.
Probablemente los elementos más característicos
de la iglesia de San Martín de Artaiz son los dos leones
tallados en altorrelieve y dispuestos en las enjutas del arco.
De ellos, el del lado izquierdo devora a un personaje a la par
que con sus garras atrapa a un segundo; mientras que el de la
izquierda parece proteger a otro personaje que se aferra a sus
patas con gesto expresivamente risueño.
Estos dos leones de la portada de Artaiz parecen
haber sido concebidos con idéntica intencionalidad en cuanto
a su mensaje simbólico que el crismón de la catedral
de Jaca, donde además, a diferencia de estos que nos ocupan,
van acompañados de inscripciones que refuerzan ese mensaje
dual de Cristo como león que por un lado "aplasta
al imperio de la muerte" pero a su vez "sabe perdonar
al arrepentido".
No obstante, hay que recordar aquí el variadísimo
y profundo (también a veces contradictorio) simbolismo
del león como andrófago y casusante de la muerte
iniciática, como protectores del umbral del templo sagrado,
etc.
Sosteniendo el tejaroz que protege la puerta fueron
tallados siete interesantísimos canecillos de los cuales,
los tres primeros representan músicos tañendo diferentes
instrumentos (cítara, flauta y rabel) a cuyo son parece
danzar la bailarina plasmada en el cuarto de los canes.
Tras ella, una muy explícita representación
de una mujer dando a luz (con el bebé recien nacido blandiendo
lo que parece un puñal, quizás expresando la maldad
fruto del adulterio) parece formar pareja con el hombre itifálico
del canecillo contiguo; mientras que en el último de los
siete, como queriendo concluirse el ciclo con un mensaje positivo,
un guerrero dotado de un enorme escudo alancea y somete a un dragón.
Adaptándose al espacio que queda entre los
siete canecillos del tejaroz fueron talladas seis metopas en las
que son reconocibles, también de izquierda a derecha diversas
escenas bíblicas y simbólicas:
Para finalizar el repertorio escultórico del
templo, merecen ser reseñados varios canecillos dispuestos
en el alero del muro sur y del tambor absidial, destacando varias
figuras y máscaras en actitud burlona y grotesca, más
personajes itifálicos y, el más conocido de todos,
una segunda versión del Jano trifronte en este caso y en
contraposición al del capitel de la puerta, en versión
joven e imberbe.
Interior
Frente a la riqueza escultórica exterior,
al interior llama la atención por su casi total desnudez
decorativa, reduciéndose tan solo el repertorio escultórico
a los dos capiteles sobre los que descansa el arco triunfal de
acceso al presbiterio y, en los cuales, la decoración dista
mucho en calidad respecto a lo visto al exterior, pudiendo ser
obra de maestros mucho más populares.
En ambas cestas, bajo toscos cimacios en los que
se aprecia una tentativa de plasmar el típico ajedrezado,
la figuración se reduce a esquemáticas cabecitas
humanas masculinas y femeninas que emergen sin concesión
alguna al decorativismo de un fondo liso.
Contaba también la iglesia de San Martín
de Artaiz con una interesante colección de pinturas murales
de ya probable cronología gótica que, durante las
obras de restauración, concretamente en 1958, fueron arrancadas
para ser instaladas y expuestas en el Museo de Navarra previo
paso por el taller de restauración de Josep Gudiol en Barcelona.
En ellas, el programa aún hoy visible en el
citado museo tiene como tema principal la adoración del
cordero místico según la visión apocalíptica
de San Juan, el cual aparece representado sobre la clave del ventanal
central. A sus lados, distribuidos en grupos bajo arquerías
ligeramente apuntadas aparecen personajes de diferentes rangos
(reyes, eclesiásticos, pueblo llano) dirigiendo su mirada
al citado cordero. En las enjutas de la arquería asoman
ángeles tocando diversos instrumentos musicales.
Recientemente, a finales del año 2018, se
ha colocado una reproducción de estas pinturas en el lugar exacto
del ábside de donde se arrancaron, por lo que los visitantes
pueden contemplarlas in situ.
Por
último, digna también de mención es la pila
bautismal, probablemente la original medieval del templo. Despliega
a lo largo de toda su copa una sucesión de arquillos de
medio punto ciegos que sin lugar a dudas, hacen referencia simbólica
a la Jerusalén Celestial solo alcanzable mediante las aguas
bautismales.
Es con total probabilidad obra del mismo autor que
el que realizó la pila de Najurrieta, población
situada a apenas 5 kilómetros de Artaiz
Conclusiones
A modo de conclusión, podemos afirmar que
en San Martín de Artaiz nos encontramos ante uno de los
más eminentes construcciones del románico rural
y parroquial de Navarra; un templo en el que, pese a la más
que probable modestia de la feligresía a la que prestaba
servicio, sus impulsores se encargaron de contar con maestros
de importancia para plasmar sobre la piedra un programa iconográfico
de muy profunda carga simbólica.
Pese a las dificultades para interpretar el mensaje
esculpido desde un punto de vista actual, la mayoría de
especialistas coinciden en señalar la omnipresente dualidad
medieval entre el bien y el mal como el hilo conductor de todo
el programa iconográfico.
En cuanto a la procedencia de los maestros, llama
la atención las características muy aragonesas de
algunos elementos como el crismón, de mayor analogía
con los existentes en las Cinco Villas que con otros semejantes
navarros; o los propios leones de las enjutas, los cuales, con
bastante seguridad, parecen hacerse eco de los existentes en la
puerta occidental de la catedral de Jaca.
Sin embargo, estilísticamente buena
parte de los estudiosos coinciden en señalar concomitancias
además de con corrientes languedocianas que irradiarían
en Navarra, con los capiteles del claustro de la propia seo pamplonesa
o con importantes focos como el Monasterio de Leyre o el románico
de Sangüesa.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)