Durante el fin de semana del 20 y 21 de octubre tuvo lugar la primera
edición del Viaje Guiado ARTEGUIAS titulado "Ruta
de la Biblias Pintadas en el Románico del Norte de Palencia
y del Sur de Cantabria", un itinerario que nos llevó
a descubrir algunas de las iglesias de dichos territorios caracterizadas
por las decoraciones pictóricas de su muros interiores.

Se trata de monumentos que, pese a su indudable origen
románico, en ocasiones por su propio hermetismo y por la
dificultad de acceder a sus interiores, quedan fuera de las principales
rutas turísticas eclipsadas por construcciones mucho más
mediáticas y fáciles de visitar. Sin embargo, son
obras de notable interés ya que nos permiten hacernos una
idea de cómo serían en origen al interior la mayoría
de iglesias medievales que visitamos en muchos de nuestros viajes.

Así pues, tal y como estaba establecido, iniciamos
nuestra ruta en la Glorieta de Cristo Rey para, tras las pertinentes
explicaciones introductorias y la reglamentaria parada técnica
a mitad de camino, adentrarnos de lleno en la Montaña Palentina,
la cual nos dio la bienvenida con un clima casi veraniego y que
nada tenía que ver con la situación de lluvias que
afectaban gravemente a otras zonas del país.
Nuestra primera parada tuvo como escenario la aldea
de Revilla de Santullán, cuyo templo parroquial dedicado
a los santos Cornelio y Cipriano conserva parte de su policromía
interna original.

Sin embargo, la principal razón que justifica
una parada en esta iglesia es su magnífica portada principal,
la cual podría calificarse como una de las más valiosas
del románico palentino, destacando en ella su perfectamente
conservada escultura y, por supuesto, el famoso autorretrato del
maestro escultor "Micaelis" que se plasmó a sí
mismo trabajando en su obra, una de las piezas icónicas
del románico de Palencia y que tantas portadas de libros
y tratados ha protagonizado.

Desde Revilla y en un brevísimo trayecto llegamos
a Barruelo de Santullán, principal población del
valle en la que pudimos disfrutar de una reconstituyente comida.
Iniciamos la jornada de tarde adentrándonos
en el corazón mismo de la Montaña Palentina a través
de una pintoresca carretera que nos llevó a la localidad
de San Cebrián de Mudá, cuya iglesia parroquial,
no excesivamente llamativa al exterior, conserva en su espacio
interno la primera "biblia pintada" de la jornada y
que daba título al viaje.

Se trata de un tipo de pintura de carácter
narrativo y concebidas para aleccionar al fiel de la época
que en rara ocasión sabía leer. Su cronología
se remonta a finales del siglo XV, y aunque se encuadren cronológicamente
en época plenamente gótica, su estética recuerda
bastante a los modelos románicos.
Desde San Cebrián de Mudá y tras la
pertinente parada técnica en un agradable mesón
de Rueda de Pisuerga, continuamos nuestro recorrido hasta la localidad
de Barrio de Santa María, a cuya fotogénica ermita
de Santa Eulalia llegamos tras un agradable paseo campero con
un precioso atardecer como telón de fondo.

La ermita de Barrio de Santa María es una
de las construcciones más fotografiadas de la zona tanto
por el precioso entorno en el que se asienta, como por su buena
conservación libre de aditamentos, dándose además
el caso de que al interior también conserva pinturas medievales
aunque, en este caso, sí de época románica.

Para rematar la tarde y cuando ya comenzaba a oscurecer,
llegamos a nuestro último destino de la jornada, que no
era otro que la iglesia de Matamorisca, también una gran
desconocida para el turista habitual ya que, pese a su fácil
comunicación muy cerca de la carretera general, apenas
conserva restos románicos.

Sin embargo, su visita fue para nuestros acompañantes
una de las sorpresas más agradables del fin de semana,
ya que al interior conserva una de las colecciones de pinturas
murales más interesantes adscribibles al taller del Maestro
de San Felices, las cuales tuvimos la oportunidad de ir desgranando
escena a escena.

Desde Matamorisca y ya anocheciendo, regresamos al
autobús para poner rumbo a nuestro hotel en Reinosa para
cenar y descansar.
La mañana del domingo amaneció invadida
por una densa niebla, pero sin salir aún del hotel, esta
levantó dejándonos un cielo totalmente azul y casi
veraniego.
Dada su cercanía a nuestro hotel, la primera
visita dominical fue la Colegiata cántabra de San Pedro
de Cervatos, un monumento que si bien no conserva pinturas murales
al interior, es de tal interés que no podíamos dejar
de acercarnos a admirarla.

En su exterior, cuya belleza resaltaba aún
más gracias a las primeras luces de la mañana irradiando
sobre su cabecera, nos detuvimos comentando la riquísima
colección de canecillos que la adornan, muchos de ellos
de carácter erótico pero que, como pudimos demostrar
sobre el terreno, la Colegiata de San Pedro de Cervatos es mucho
más que el "románico erótico" que
la ha hecho famosa.
Comentada la cabecera y su portada cargada de simbolismo,
accedimos a su interior para admirar también los capiteles
de su arco triunfal y de la arquería absidial.

Tras una parada técnica a la altura de Fombellida,
nos adentramos de lleno en el Valle de Valdeolea, un pequeño
vallejo cántabro limítrofe con tierras palentinas
que, por su aislamiento y despoblación, ha conservado su
patrimonio casi intacto.
Del elenco de monumentos de Valdeolea, elegimos para
visitar la iglesia de Santa Olalla de La Loma, situada en un paraje
realmente encantador y que, de no conocerse de antemano sus atractivos,
cualquier viajero que pase frente a ella pasaría de largo
dado que al exterior apenas ofrece elementos que den pistas sobre
su pasado medieval.

Ya en el interior, dividimos en dos el grupo dadas
las reducidísimas dimensiones del templo, pasando la mitad
del grupo a admirar sus pinturas, y la otra mitad a un pequeño
y contiguo centro de interpretación del valle en el que
nos fueron expuestas diversas circunstancias históricas,
sociales y etnográficas de la zona.
Desde La Loma en apenas 5 kilómetros aunque
de nuevo adentrándonos en tierras palentinas llegamos a
la aldea de Valberzoso, cuya iglesia parroquial de Santa María
la Real, situada en la parte más elevada del caserío
y accesible tras un breve paseo, fue otra de las sorpresas más
agradables del viaje, ya que, pese a conservarse en muy buen estado,
se encuentra fuera de la mayoría de rutas turísticas.

Tras Valberzoso, descendimos de nuevo hacia Reinosa
para comer en un céntrico restaurante y emprender el viaje
de regreso hacia Madrid, no sin antes y con intención de
hacer más llevadero el trayecto de regreso, hacer una última
visita al Monasterio de San Andrés de Arroyo.

Se trata de un monasterio cisterciense femenino aún
habitado y gestionado por una comunidad de monjas. Allí,
tras visitar la iglesia abacial, accedimos a su magnífico
claustro, muy conocido por la delicadísima decoración
vegetal de sus capiteles, especialmente uno esquinero que es una
auténtica filigrana.

Una vez recorrido el claustro y alguna de sus estancias
anejas como la sala capitular, salimos al exterior, y como no
podía ser de otra forma, antes de marcharnos, no desaprovechamos
la ocasión de hacer provisión de compras de productos
de bollería elaborados por la propia comunidad en su obrador.
Desde San Andrés de Arroyo, tras la parada
técnica reglamentaria a la altura de Medina del Campo,
llegamos a nuestro destino en Madrid dentro del horario previsto.
Para quien no pudo acompañarnos en esta
ocasión, recordar que este mismo viaje lo repetiremos en
una segunda edición en las fechas del 27 y 28 de abril
de 2019.