Puntualmente,
partimos de la madrileña Plaza de Castilla a las 8:30 hs.
en dirección a la autovía A1. La lluvia no nos desmotivaba
en absoluto pues el viaje prometía grandes alicientes.
Paramos
para desayunar en la Plaza Mayor de la segoviana villa de Riaza,
ya muy cerca del límite provincial con Soria. La llegada
al entorno de Tiermes es espectacular, con sus paredones de rocas
rojizas.

La
iglesia románica de Santa María de Tiermes está
junto a una necrópolis visigoda, razón por la cual
se piensa que se construyó sobre un templo de esta época.
Como
iglesia románica, llama la atención las generosas
dimensiones de su nave, la cabecera con su arco triunfal con parejas
de columnas de fustes sogueados (de sabor prerrománico
y muy relacionable con las iglesias de San Esteban de Gormaz)
pero sobre todo los capiteles de su pórtico, donde encontramos
escenas tan diversas como episodios neotestamentarios, monstruos
fabulosos o una escena de clara alusión a la guerra contra
los musulmanes.

Esta
iglesia de Santa María se ubica a pocos metros de la ciudad
celtibérica y romana de Termancia, que fue uno de los grandes
atractivos del viaje. Pero para aprovechar convenientemente la
visita a un yacimiento arqueológico tan relevante como
Tiermes era necesario contar con un guía especializado
y nada mejor que gozar de las explicaciones de Víctor Mayoral,
arqueólogo oficial y especialista en la civilización
celtibérica y romana.

Con
él acudimos a contemplar la zona acondicionada más
recientemente, la del gran foro romano que se hallaba rodeado
de tiendas y de un conjunto de edificios dedicados a la administración
de esta urbe romana. Posteriormente, nos dirigimos a ver los restos
de una gran "domus" o rica vivienda de un magnate de
la época, con una extensión de 1.800 metros cuadrados
de superficie (nos sorprendió esta fabulosa extensión,
en comparación con la de las viviendas populares que nos
solían superar los 30 - 40 metros).
Ya
en el Museo y Centro de Interpretación tuvimos la ocasión
de conocer el método que emplean los arqueólogos
para excavar las necrópolis, fuente de la mayor parte de
los restos de valor recuperados. También pudimos ver gran
cantidad de urnas funerarias, restos de armas, abalorios personales,
etc.

Una
vez finalizada la vista a Tiermes nos dirigimos al este en dirección
a la villa de Retortillo de Soria donde paramos para comer.
No
hicimos demasiada sobremesa porque queríamos contar con
tiempo suficiente para hacer visitas pausadas a lugares tan interesantes
como Aguilera y Caracena. Además la lluvia había
cesado y la tarde prometía ser sumamente agradable.
Camino
de Aguilera pudimos contemplar de cerca la majestuosa alcazaba
califal de Gormaz y hacer una breve explicación sobre su
historia en relación a la Marca Media de Al-Andalus y las
guerras de frontera acaecidas en el siglo X.

Aguilera
es un pueblecito recostado sobre las laderas de un cerro donde
debió existir una fortificación medieval. En la
falda está la iglesia de San Martín a la que llegamos
tras subir una empinada escalera. Visitamos tanto el exterior,
con su deliciosas galería porticada y portada, como el
interior cuya cabecera destaca por lo angosto de su arco triunfal.

Pero
restaba el plato fuerte de este viaje guiado que no era otro que
la visita a la recóndita villa de Caracena. El viaje a
este pueblecito de un puñado de habitantes es casi una
aventura, pues sólo se comunica con el resto de la provincia
de Soria por una estrecha y sinuosa carretera.

En
Caracena todo es apreciable, no sólo por sus monumentos
sino por el entorno que lo circunda. Visitamos las iglesias románicas
de Santa María y San Pedro con su galería porticada
románica casi gemela -en cuanto a su escultura- a la de
Santa María de Tiermes.

La
subida el castillo quedaba reservada para el sorbo final. El cerro
en que se asienta es empinado y cuesta un cierto esfuerzo llegar
hasta lo alto, pero las vistas de la aldea y de los cañones
calizos que lo rodean merecieron la pena.

Casi
al anochecer subimos satisfechos al autocar para iniciar el regreso
a Madrid. Aún en la penumbra del valle del río Caracena
pudimos avistar a un grupo de simpáticos cervatillos que
se encontraban pastando hierba de la vera.
Tras
tomar un postrero café en San Esteban de Gormaz, enfilamos
el camino hacia Madrid.