Era el último
de los viajes guiados de ARTEGUÍAS del año 2010
y la niebla no se lo quiso perder, así que, puntual a la
cita, al igual que todos los participantes, se presentó
a la hora fijada en la Plaza de Castilla. Sin embargo, pese al
protagonismo que en ocasiones se empeñaba en concentrar,
pasado el Túnel de Somosierra por fin decidió abandonarnos
definitivamente.
Y así,
tras las pertinente contextualización histórico-artística
de la ruta y una breve parada en nuestra ya conocida cafetería
de Santo Tomé del Puerto para desayunar, llegamos a la
primera de las iglesias románicas a visitar, concretamente
la de la Nativdad de Sotillo, donde Antonio, el amabilísimo
alcalde de la localidad, nos esperaba llave en mano para acceder
al interior.
El de Sotillo
era quizás el templo menos conocido de cuantos componían
nuestra ruta por la Comunidad de Villa y Tierra de Sepúlveda,
sin embargo, tanto los capiteles del interior como, sobre todo,
la magníficamente conservada colección de canecillos
dispuestos en las cornisas del exterior, hicieron las delicias
de los asistentes, siendo objeto de interesantísimos debates
acerca de su siempre subjetiva interpretación simbólica
y de los posibles talleres que participaron en su realización.
Apenas a diez
minutos de Sotillo se encuentra la aislada y coquetísima
iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Duratón,
edificio que, por méritos propios, se perfilaba como uno
de los platos fuertes del día. En ella, después
de admirar desde el interior la sofisticada estructura de su cabecera,
centramos nuestra atención en su celebérrima galería
porticada, una de las más relevantes joyas del románico
rural segoviano.
En torno a
ella, y pese a que la temperatura parecía empeñarse
en recordarnos que estamos ya en pleno mes de noviembre, tuvimos
la oportunidad de admirar de primera mano uno de los programas
iconográficos más completos del románico
segoviano, un programa que nos ofrece tanto escenas religiosas
magníficamente conservadas, como un variadísimo
repertorio animalístico que nos dio la oportunidad de repasar
in-situ las distintas connotaciones simbólicas de los seres
fantásticos que componen el bestiario románico.
Explicada
también la temática de canecillos y metopas, y planteado
el reto de identificar la primera de las siete escenas de Daniel
en el foso de los leones que encontraríamos durante el
viaje, reemprendimos ruta hacia Sepúlveda, ya que, en uno
de sus afamados mesones, nos esperaba una merecida y reconfortante
comida a base de alubias y cordero.
A la salida
del restaurante, la tarde nos regaló una agradable sorpresa:
y es que el sol, tímido durante la mañana, por fin
se decidió a lucir sin complejos acompañándonos
durante toda la sesión vespertina. Iniciamos la visita
a Sepúlveda por su iglesia de San Bartolomé, situada
en los aledaños de la Plaza Mayor y que, pese a su deficiente
estado, presenta evidencias suficientes como para catalogarla
como una de las más antiguas de la villa.
A continuación,
un breve recorrido ascensional a través de estrechas callejas
de enorme sabor nos condujo a la Iglesia del Salvador, donde con
la inestimable colaboración de Margarita, guía oficial
de Sepúlveda, comprendimos el papel de fortaleza y vigía
que desempeñó la iglesia durante los turbulentos
siglos medievales. De templo del Salvador llamó igualmente
la atención la antigüedad de su galería porticada
y, sobre todo, su esbeltez de líneas, circunstancia que
choca frontalmente con el tópico erróneo de que
la arquitectura románica huye de la verticalidad.
La tercera
de las iglesias sepulvedanas a visitar fue la Basílica
de Nuestra Señora de la Peña, cuyo airoso y privilegiado
emplazamiento nos permitió contemplar espectaculares panoramas
de las Hoces del Duratón, así como identificar,
con la ayuda de nuestra guía local, los lugares en los
que se asentaron las nada menos que quince parroquias con que
contó la villa durante los siglos XII y XIII.
Ya frente
a la basílica, fue sin duda su magnífica portada
principal, con su pantocrátor y su crismón de claro
sabor aragonés, el elemento que concentró el objetivo
de nuestras cámaras fotográficas, permitiéndonos
corroborar como la Sepúlveda medieval, al igual que su
Comunidad de Villa y Tierra, fue, como anunciaba el viaje guiado,
foco de confluencia de distintas culturas.
Como colofón
a una espléndida jornada de arte románico, concluimos
nuestro recorrido por Sepúlveda en la Iglesia de los Santos
Justo y Pastor, parroquia que, tras su restauración, alberga
en la actualidad el Museo de los Fueros. En ella, su directora
Ana recogió el testigo de Margarita y nos explicó
los aspectos constructivos del templo, los detallados pormenores
de su restauración, y, por supuesto, las interesantísimas
piezas allí expuestas.
Ya con la
oscuridad propia de las tardes otoñales, y después
de un reconfortante café en un hotel cercano, emprendimos
camino de regreso hacia el autobús para llegar a Madrid,
tras una intensísima jornada, dentro del horario previsto.