Los viajes a la provincia de Soria están ineludiblemente
teñidos de romanticismo. En parte, ello es debido a su
dilatada historia y riqueza patrimonial, pero también a
sus bellos paisajes y su exigua demografía que permite
recorrer sus pueblos y campos sin apenas cruzarnos con nadie.

Realizamos nuestra segunda edición de la Ruta
de la Soria Mágica de Arteguias el sábado 31 de
mayo aprovechando unas fechas primaverales que permiten disfrutar
plenamente de la belleza de la "Soria profunda". En
concreto, en este viaje guiado recorrimos Castillejo de Robledo,
Ucero con su castillo, el sendero del Cañón del
Río Lobos que llega hasta la emblemática Ermita
de San Bartolomé y la pintoresca villa de Calatañazor.

La primera visita de la jornada fue para el pueblecito
de Castillejo de Robledo, ubicado en el extremo occidental de
Soria, muy cercano al límite provincial con Segovia y Burgos.
Castillejo de Robledo está ligado al episodio
del Cantar de Mio Cid conocido como la Afrenta de Corpes en la
que los maléficos Condes de Carrión ultrajaron y
golpearon a las hijas del Cid. Pero también se ha dicho
por numerosos autores que su castillo es de origen templario,
con la consiguiente riada de historias y leyendas que se cuentan
sobre estos caballeros mitad monjes y mitad guerreros.

De este castillo quedan sólo un par de torres
y algunos lienzos de sus murallas. Aún así dimos
un breve paseo para rodear el cerro en que se asienta y poder
hacer algunas fotografías. Es sólo una ruina, sí,
pero muy fotogénica.
Ya en el pueblo nuestro objetivo principal fue la
iglesia parroquial de La Asunción, que es un notable edificio
del románico rural soriano, con equilibrado ábside
y elegante puerta. La escultura de los canecillos, como es habitual,
nos mostró alguna escena "subida de tono".

El interior tampoco nos dejó indiferentes,
gracias a las extrañas pinturas murales góticas
de algunas de sus paredes.
Finalizada nuestra presencia en Castillejo, retomamos
el autocar en busca de una de las antiguas cabezas de Comunidad
de Villa y Tierra de Soria. Nos referimos a Ucero, caserío
presidido por uno de los más espectaculares castillos sorianos.
Se sabe que esta fortaleza perteneció al obispo de El Burgo
de Osma, pero también se ha dicho que en el siglo XII fue
sede de la Encomienda templaria de San Juan de Otero.

Como es sabido, todo lo que tiene que ver con el
temple suscita acaloradas controversias sobre sus orígenes.
Para nosotros, la subida al castillo tenía
el aliciente de disfrutar de una de las ruinas medievales más
imponentes de la provincia y poder otear un amplísimo paisaje
de las montañas circundantes, incluida la entrada al famoso
Cañón del Río Lobos.

Por su parte el castillo de Ucero cuenta con una
soberbia torre del homenaje, con algunas misteriosas esculturas
en su cornisa y en la bóveda de crucería que la
cubre.
A primera hora de la tarde, tras una suculenta comida,
nos adentramos en el Parque del Cañón del Río
Lobos con la meta de recorrer algo más de un kilómetro
de pista forestal en busca de la celebérrima Ermita de
San Bartolomé, asentada en uno de los meandros del río,
rodeada de paredones calizos y cuevas. Un lugar mágico
que es cada día más visitado por turistas de todo
tipo.

En pocos lugares como en éste, una obra hecha
por el hombre armoniza tanto con el paisaje. Los sillares calizos
de color gris y naranja se mimetizan con los farallones dolomíticos
que la rodean.

Con todo, a veces nos olvidamos de que San Bartolomé
es un imponente edificio tardorrománico del siglo XIII
con unas dimensiones poco habituales. Su presencia en este recóndito
lugar ha sido ligada de nuevo a los templarios, como la iglesia
de la encomienda de San Juan de Otero. Para la el criterio oficialista
nada hay de templaria en ella sino un templo abacial dependiente
del Obispado de El Burgos de Osma.

En cualquier caso, las curiosidades esculpidas en
los canecillos y los pentagramas invertidos de los óculos
del transepto invitan a imaginar algo más esotérico
que un simple edificio monástico más.
El regreso hasta el pinar donde se encuentra el aparcamiento
estuvo amenizado por el incesante croar de las ranas del Río
Lobos.

Nuestro siguiente destino era, nada menos que Calatañazor,
una localidad que ha sabido conservar pulcramente su arquitectura
popular como si el tiempo su hubiera parado hace siglos.
Para llegar hasta allí preferimos tomar una
carretera rural que atraviesa preciosos pinares y campos deshabitados,
incluso una aldea despoblada el siglo pasado como es Cubillos,
localizable por los tejados hundidos de sus semiderrumbadas viviendas.

Esta carretera llega a Calatañazor por el
noroeste, que nos ofrece la más elocuente estampa de la
villa, mostrando los lienzos de la muralla medieval, las ruinas
del castillo y los restos de la antigua parroquia románica
de San Juan Bautista.
Muy próxima está la Ermita de la Soledad
que no es otra cosa que la iglesia parroquial de un barrio extramuros.
Este pequeño edificio ha sabido mantener su estructura
románica, con ábside y puerta en el muro norte.
También se conservan en aceptable estado los canecillos
de la cabecera, con algunas simpáticas escenas como una
perfecta cabeza de jabalí.

Siguiendo la empinada Calle Real para llegar al castillo,
hicimos dos breves paradas en la iglesia de Santa María
del Castillo y en la estatua del caudillo musulmán Almanzor,
cuya muerte, como es sabido, está ligada legendariamente
a Calatañazor.

Desde el castillo de Calatañazor se otea un
paisaje impresionante del Valle de la Sangre (lugar donde se disputaría
la supuesta batalla entre cristianos y sarracenos) rodeado por
farallones calizos animados por pinos y sabinas.

A estas alturas de la jornada las nubes que nos habían
acompañado durante buena parte del viaje estaban despejándose,
dejando una tarde soleada y agradable. Motivo por el cual dedicamos
media hora para pasear por las calles y visitar las tiendas típicas
de Calatañazor antes de retornar hacia Madrid.
En definitiva, una nueva visita a Soria que
nunca decepciona. El próximo sábado 7 de junio regresamos
con nuevos amigos por esta misma ruta. Hasta entonces.