Origen
pre-islámico
En la Arabia pre-islámica,
los árabes se dividirían en dos grandes grupos, los
kalbíes o árabes del Sur, y los qurays o coraix, o
árabes del Norte. Los Qurays dominaban La Meca y acabarán
monopolizando el comercio entre el Índico, el África
Oriental y el Mediterráneo. Sin embargo, dentro de los Qurays,
fueron diferenciándose dos clanes, los Hashim, al que pertenecía
Mahoma, y los Abd Shams, clan en el que estarían incluidos
los omeyas, y que en el S. VII, controlando La Meca, vivían
tiempos de esplendor.
Inicialmente, para los poderosos
Qurays Abd Shams, Mahoma no era más que otro santón
inspirado en las religiones judía y cristiana, pero cuando
el hashimí comenzó a poner en cuestión las
bases económicas, sociales y religiosas sobre las que se
erigía el poder de los Abd Shams, éstos y sus clientes,
decidieron expulsarlo de La Meca, uniéndose a ellos incluso
Abu Lahab, tío del Profeta y jefe de los Hashim.
Durante la Hégira
o huída a Medina, a Mahoma se le unieron personajes de muy
distintos orígenes y clanes, incluyendo algunos qurays, e
incluso algún miembro del ya notable clan omeya, como Utmán,
además de clanes o individuos marginales en busca de amparo
y botín, clanes judíos deseosos de contar con un aliado
que desequilibrara a su favor la pugna que tenían con otros
grupos de Medina, adversarios de los qurays encantados con la idea
de unir fuerzas con otros para debilitarlos... Los primeros creyentes
musulmanes conformaron así, un complejo y dudoso conglomerado
supratribal que constituirá los ansar o auxiliadores.
Esta
lucha sería larga y tendría algunos capítulos
intensos pero, finalmente, los musulmanes se impondrían al
clan dominante en La Meca, entrando en la ciudad en enero del año
630. Aunque Mahoma había llegado a afirmar que sólo
la destrucción completa de los qurays, haría posible
el triunfo del Islam, lo cierto es que el propio Profeta era consciente
de que esto ni resultaba posible, ni resultaba deseable: No resultaba
posible porque los qurays seguían constituyendo uno de los
clanes más poderosos de Arabia, tanto por sus relaciones
clientelares y comerciales, como por su capacidad económica,
y para exterminarles sólo contaba con un dudoso conglomerado
de gentes.
Por su parte, tampoco resultaba
deseable pues, convertidos los qurays al Islam y pudiendo contar
con ellos, no habría fuerza en Arabia que pudiera oponerse
a los musulmanes, como habría de demostrarse tras la muerte
del Profeta, a propósito de la ridda. Efectivamente, tras
la muerte de Mahoma, esos clanes y grupos que se habían unido
al mismo al calor de las victorias y el botín, se desvincularán
del Lugarteniente del Enviado de Dios, es decir, del califa, sucesor
de Mahoma, e incluso del Islam - ridda significa apostasía
- poniendo en peligro su expansión y aún su propia
supervivencia.
Por su parte, la conversión
de Abu Sufyan Ibn Harb Ibn Ummaya, líder de los mequíes,
resultó sumamente inteligente, pues aseguró a los
qurays su preeminencia entre los árabes, posición
preeminente que habría de consolidarse con el matrimonio
de Mahoma con una hija de Abu Sufyan, Umm Habiba.
Por tanto, lejos de exterminar
a los qurays, como había hecho con las tribus judías
de Medina, Mahoma les permitirá mantener su posición,
dado que si bien no podía confiar en el conglomerado que
inicialmente le sigue, la fuerza de este clan será una garantía
para imponer el Islam en toda Arabia, como luego, de hecho, ocurrió,
lo que a la larga supondría también consolidar la
preeminencia de los qurays, en una perfecta simbiosis.
Ascenso
del clan omeya
Efectivamente, Mahoma, antes
de morir, elegirá como sucesor en la dirección de
la oración de la comunidad, es decir, como cabeza de la misma,
a Abu Bakr, que no era sino un rico comerciante mequí. Se
inicia así el período conocido como de los cuatro
califas ortodoxos (632 - 661), previo al califato omeya (661 - 750),
pero durante el cual, se pondrán las bases de éste
último, en tanto en cuanto, el propio Abu Bakr, lejos de
apoyarse en los primeros huidos a Medina, los ansares o el dudoso
conglomerado que formaban los pequeños clanes beduinos, se
inclinó por las elites tradicionales, empezando por el general
de los coraix, al-Walid o el propio Abu Sufyan.
Las rupturas y rebeliones
protagonizadas por diversos clanes y grupos de oposición
desde la misma elección de Abu Bakr, habrían de convencer
a los primeros califas de que, para asegurar su poder, sería
necesario apoyarse en un sólido bloque tribal y económico
como eran los quraysíes. No es extraño que el sucesor
de Abu Bakr, Umar, cubriera los puestos claves del naciente imperio
islámico con miembros de la tribu qurays, como es el caso
de Muawiya, designado como gobernador de la rica provincia de Siria,
y que no pertenecía sino al clan omeya.
El espaldarazo a los omeyas
vino con la elección del también omeya Utman como
tercer califa ortodoxo. Utman, profundizó la política
de control de los resortes del poder, designando a los suyos para
los puestos clave, como ocurrió en Egipto, lo que provocó
una reacción por parte de los agraviados por esta política,
que culminó con el asesinato del propio califa (656).
La inmediata proclamación
de Alí, yerno de Mahoma, como califa, contaba con el apoyo
de aquellos que consideraban que el puesto de Lugarteniente o Vicario
del Enviado de Dios, debía ser monopolio de los familiares
del Profeta - es decir, del clan hashemí - pero también
le haría blanco de la venganza omeya, no tanto porque Alí
podía ser presentado como el culpable del asesinato de Utmán
y, en consecuencia, objeto de la venganza del clan, sino porque
representaba el más serio obstáculo en el movimiento
por recuperar el poder.
Sin embargo, los auténticos
culpables del magnicidio, los mequíes Alí Talha y
Zubayr, y a Aisa, hija del quraysí Abu Bakú, serían
derrotados en la 'batalla del camello' por las fuerzas lideradas
por Alí, que se hará por ello con el control de Arabia,
Mesopotamia y Egipto, es decir, del grueso del imperio islámico.
Quedaba por conquistar Siria, donde le esperaba Muawiyya, omeya
que no estaba dispuesto a que su clan, encumbrado en la persona
de Utmán - tío del gobernador de Siria - a la máxima
autoridad, perdiera la posición preeminente de la que disfrutaba.
Las maniobras políticas
y jurídicas desarrolladas por Muawiyya - que apeló
al arbitraje, y no a las armas, para resolver la cuestión
de a quién correspondía ocupar el puesto de califa
- no sólo dilataron el enfrentamiento final con Alí,
sino que lo resolvieron. Y es que, muchos de los partidarios de
Alí consideraban que éste no tenía que haber
accedido al arbitraje humano, sino al juicio de Allah, que sólo
podía emitirse en el campo de batalla, por lo que, descontentos,
decidieron separarse, dando lugar a lo que se conoce como jarichismo,
es decir, 'los que se separan'. Precisamente, será un jarichí
el que resuelva la cuestión, pues perseguidos y masacrados
por Alí, un fiel de la secta le asesinará en enero
de 661. Con su asesinato, los jarichíes no habían
más que eliminado el más serio obstáculo que
se presentaba a los omeyas de cara a ocupar de manera estable el
trono califal. La momentánea renuncia de los hijos de Alí,
Hasan y Husein, y la designación de Yazid, hijo de Muawiyya,
como sucesor por vía hereditaria, inaugura y consolida el
califato omeya.
El califato
omeya (661 - 750): Características principales
Expansionismo
Los graves trastornos que
sacuden el Imperio islámico desde el asesinato de Utmán,
contribuyeron sin duda a enfriar los ánimos de los belicosos
árabes, pero también a desarticular su naciente Imperio
tanto a nivel territorial como religioso: Ejercer un control eficaz
sobre Egipto o Mesopotamia no era fácil, como no lo era someter
a las sectas escindidas, como los jarichíes, ni a unos inquietos
beduinos que todavía se inclinaban por desarrollar la tradicional
actividad predatoria sobre los pueblos sedentarios.
Para consolidar su posición,
el califa, asentado en Damasco, tenía que consolidar previamente
su poder territorial y económico, cosa que intentaría
hacer a costa del Imperio Romano de Oriente: Dado que Egipto y Mesopotamia
taponaban la progresión siria, el único territorio
a costa del cual podía engrandecerse no era sino Asia Menor,
todavía bajo control bizantino. Por su parte, una victoria
sobre los infieles rumi, podría convertir de nuevo al califa
en un referente para todos los musulmanes, incluyendo a aquellos
que formaban parte de las refractarias escisiones. Además,
las energías de los belicosos y los insatisfechos, podrían
proyectarse hacia el exterior. Así, ya en el año 669,
los musulmanes pondrán Constantinopla bajo asedio, repitiendo
el intento entre 673 y 677, campaña durante la cual los bizantinos
habrían utilizado, por primera vez, el llamado fuego griego.
Uqba, gobernador de Egipto,
procederá por su parte y por esas mismas fechas, concretamente
en 670, a fundar la ciudad-campamento de Kairwán, auténtica
base de partida para la conquista del Norte de África a costa
de bereberes - a pesar de la resistencia de Kahina y Kusayla - y
bizantinos - Cartago cae en 698 -, a la que habría de seguir
la Hispania visigoda.
Hacia Oriente, consolidadas
las conquistas en Persia, los musulmanes efectúan expediciones
marítimas hacia la India, la encrucijada comercial que constituye
la antigua Transoxiana, y hacia China, si bien, aquí serían
frenados por los chinos en Talas.
Sin embargo, si durante
el período del califato ortodoxo la proyección fuera
de Arabia sirvió de válvula de escape a las tendencias
predatorias y belicosas de los beduinos, uno de los factores que
explica la amplia expansión del Imperio islámico es
que la conquista de nuevos pueblos, lejos de atenuar este expansionismo,
no hará más que estimular el ansia de conquista: Y
es que, la incorporación y control de la población
sedentaria y urbana de Siria o Egipto, no constituía demasiado
problema, pero si se quería integrar y mantener el control
sobre poblaciones tan belicosas y predatorias como los propios árabes,
como eran los bereberes o los kurdos, sería necesario proyectarles
hacia fuera, en un fenómeno expansivo que se irá retroalimentando.
Sin embargo, la vertiginosa
y masiva incorporación de miles de súbditos al Imperio
Islámico de los Omeyas sería, precisamente, una de
las causas de su desmoronamiento.
Administración
territorial y fiscal
Imbuidos de una profunda
confianza religiosa, quizás el fulminante éxito de
los musulmanes en Siria-Palestina, Egipto o Persia, no debió
sorprender a los musulmanes, pero lo que éstos no habían
previsto era cómo administrar los territorios conquistados.
Dado que el Corán apenas preveía nada al respecto,
y dado que el estímulo conquistador se basaba en la predación
y la consecución de botín, y no tanto en la construcción
de una entidad política definida, los árabes se vieron
obligados a mantener las estructuras y modelos administrativos bizantino
y persa.
Así, por ejemplo,
en lo que fuera la Siria y Palestina bizantinas, los cuadros administrativos
e intelectuales estaban integrados fundamentalmente por cristianos
griegos y, de hecho, la lengua oficial de la administración
siguió siendo el griego hasta que Abd-el-Malik (685 - 705)
procediera a su arabización. Precisamente será Abd-el-Malik,
en 695, el que proceda también a reformar el sistema monetario
del Imperio islámico, comenzando a acuñar dinares
de oro y dirhams de plata, que tomaban como referencia los antiguos
denarios romanos y dracmas griegas.
Tampoco desde un punto de
vista fiscal se produjeron inicialmente grandes cambios en las tierras
conquistadas, ya que los campesinos cristianos seguirán estando
sometidos a impuestos como la antigua capitatio, impuesto pagado
por persona que será conocido ahora como chizya, y la iugada
o impuesto territorial denominado ahora jarach.
Si bien los dhimmíes
o protegidos, es decir, lo súbditos pertenecientes a otras
religiones consideradas del Libro - excluyendo, por tanto, a los
kafires o paganos -, estaban obligados a pagar ambos impuestos,
los musulmanes estaban exentos de pagar la chizya o capitación,
de manera que muchos campesinos, especialmente cristianos, comenzaron
a convertirse al Islam para evitar dicho pago y las discriminaciones
sufridas por el hecho de ser dhimmí.
Sin embargo, su conversión
no serviría para equipararles con los musulmanes de origen
árabe en derechos y exenciones, sino que se convirtieron
en mawlas, en dependientes o clientes de las tribus árabes,
que les adoptaban o adscribían a las mismas, sin integrarlas
plenamente.
Por un lado, los árabes
se consideraban una casta superior, un pueblo elegido que debía
tener la preeminencia política, militar y fiscal y los conquistados,
incluso los conversos al Islam no eran más que "un botín
que Dios nos ha concedido junto con todas estas tierras". De
hecho, algunos juristas musulmanes de origen árabe, consideraban
que ni un recién convertido, ni siquiera el hijo de un converso,
podía ser considerado musulmán de pleno derecho, sino
que solo podía empezar a considerársele como tal si
el converso había sido el abuelo. En definitiva, los conversos
o mawlas - de donde viene muladí - seguirían pagando
la chizya, recibiendo una menor parte de los botines y padeciendo
cierta discriminación respecto a los árabes.
Sin embargo, el exclusivismo
árabe no sería el único motivo que explica
esta actitud: Al fin y al cabo, la cohesión del imperio musulmán
dependía de que el califa fuera capaz de mantener la fidelidad
de los gobernadores y los guerreros, y esto sólo se podía
conseguir si lograba reunir recursos suficientes para redistribuirlos
entre sus partidarios y fieles, y esos recursos provenían,
fundamentalmente de los impuestos: Una conversión masiva
y generalizada, lejos de fortalecer el Imperio islámico,
habría debilitado al califato al no poder percibir suficientes
impuestos, de manera que la conversión no implicaría
exención fiscal, como ocurría con los árabes.
Arabización
y su contestación
No es difícil comprender
que este tipo de resoluciones y prácticas habrían
de generar un gran descontento entre los conversos, descontento
que se manifestará de muchas maneras, como la insumisión
fiscal mediante la emigración a las ciudades, lo que hará
de éstas focos de agitación latentes y constantes.
Las revueltas y agitaciones
serán una constante a lo largo de todo el período,
pero algunos movimientos lograrán canalizar especialmente
dicho descontento: por un lado, los jarichíes, cuya doctrina
afirmaba que todos los musulmanes eran iguales, e incluso que un
individuo no perteneciente a la familia de Mahoma o a la raza árabe
podía llegar a ser califa, siempre que fuera un musulmán
ejemplar, movimiento éste el jarichí que llegará
a tener gran arraigo entre los bereberes.
Por otro lado, también
los partidarios de Alí y su hijo Husayn, abatido en Kerbala,
se organizarán como un partido o facción - esto es,
en la shíia - logrando aglutinar a los descontentos, especialmente
a los mawlas de Mesopotamia y Persia. Al frente de los shiíes,
se pondrá la familia Abbas, cuyo nombre lo recibe de uno
de los tíos del Profeta.
El
final
Serán precisamente
los abbasidas los que derribarán el califato omeya, pero
serán causas internas las que realmente explican la caída
del mismo.
Por un lado, los fracasos
ante los bizantinos y los conflictos inter-tribales, habrían
de contribuir a erosionar la que había sido la base de su
poder, Siria: Por un lado, el fracaso de Sulayman (715 - 717) ante
las murallas de Constantinopla, implicó la pérdida
de gran cantidad de hombres y recursos locales, mientras que la
decisión tomada por Marwuan II (744 - 750) de trasladar la
capital de Damasco a Harran, en Mesopotamia - tras el sangriento
conflicto desatado en el seno de la propia familia omeya - implicaba
renunciar al apoyo de los kalbíes o yemeníes asentados
en Siria, que habían sido el más firme sostén
de la dinastía hasta ese momento.
Por otro lado, la creciente
presión fiscal y la política de centralización
desarrollada por los califas omeyas, también contribuiría
a generar gran descontento, no sólo entre los campesinos,
sino también entre los magnates.
Al descontento generalizado,
hay que añadir el especial descontento de los mawlas por
su situación de desigualdad respecto a los árabes
musulmanes. Entre los mawlas existía un pueblo, los jurasaníes,
que servían como guarnición en la dura frontera oriental
de Persia. Como toda zona de frontera, en el Jurasán estaba
destacado un gran y aguerrido contingente militar, en el que los
jurasaníes tenían un peso fundamental. Consciente
de esto, Mohamed ibn Abbás levantará en 746 y precisamente
en el Jurasán, la bandera negra del movimiento abbasí.
Desde allí, habrá de avanzar sobre Mesopotamia, un
lugar donde Marwan II había trasladado recientemente su corte,
y donde, en consecuencia, apenas contaba con apoyos ni partidarios,
y menos teniendo en cuenta que los clanes septentrionales allí
asentados habían sido dura y repetidamente combatidos por
los omeyas de Damasco.
Así, al Saffah-al-Abbas,
hermano de Mohammed ibn Abbas, sería proclamado en la ciudad
iraquí de Kufa como califa. La derrota del ejército
de Marwan en la batalla del Gran Zab (750) no serviría más
que para confirmar el fin del califato omeya. Pero todavía
quedaba un último acto para asegurar que ese fin era definitivo:
El exterminio de la amplia familia omeya, masacre de la que sólo
escapará un joven, hijo de una bereber, Abd-el-Rahman, cuya
causa arraigará en al-Andalus, dando lugar a un emirato primero
y un califato andalusí después de raíz omeya.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
Jorge Martín Quintana