Este
polvo después mezclan con agua y tiran los platos por ella
y los coçen otra vez en el horno y entonces con este calor
conservan su lustre.
La técnica
del vidriado estannífero revolucionó la cerámica
medieval española. Los alfareros mudéjares supieron
sacar todas las posibilidades de una técnica que permitía
un fondo blanco, lustroso y opaco, en el que se fundían
los tres óxidos que producían los colores de la
cerámica mudéjar: el azul de cobalto, el verde cobre
y el morado de manganeso.
La cerámica
mudéjar llegó a gozar de gran fama y difusión
en toda Europa, exportándose a Italia y Flandes. En 1304,
por ejemplo, alfareros de Manises fueron a Avignon para hacer
"obra de Melicha" (o Málaga, ciudad famosa por
su cerámica). En 1384 un musulmán de Valencia, llamado
Juan, trabajaba para hacer cerámicas en el palacio de Justicia
de Poitiers.
Decoración
En cuanto
a los elementos decorativos de la cerámica mudéjar,
existe una continuidad con la decoración islámica
basada en el horror vacui, la repetición y reiteración
de cenefas con motivos vegetales (atauriques, palmetas), epigráficos
(cúficos), geométricos (estrellas de diversas puntas
que contienen medias lunas en su interior, siete círculos,
símbolo de los Siete Cielos creados por Dios), o figurativos
(la hamsa o mano de Fátima, animales fantásticos
o estilizados
).
Pero también
aparecen elementos cristianos de influencia gótica y renacentista
como motivos heráldicos, cruces, hojas de helecho, barcos,
castillos
Prueba evidente de la síntesis de motivos
islámicos y cristianos que caracteriza al arte mudéjar
la encontramos en un plato conservado en el Metropolitan Museum
de Nueva York, de mediados del siglo XIV, en el que aparecen las
armas de los Sánchez Muñoz inscritas en una trama
de lacerías.
Principales
centros alfareros
Los principales
centros alfareros o cerámicos mudéjares fueron los
de Paterna, Manises, Teruel, Talavera, Toledo y Sevilla, cada
uno de ellos con tipos y diseños propios. Así, en
el Levante peninsular predominaron las técnicas del verde-manganeso
y una temática de animales fantásticos, personajes
y vegetales concebidos con gran libertad de imaginación.
Sus centros
productores en los siglos XIII y XIV fueron Teruel, Paterna y
Manresa, y en los siglos XIV y XV, Manises-Paterna y Valencia.
Toledo, Córdoba y Sevilla, presentan, en cambio, un arte
más abstracto, en el que predominan decoraciones geométricas,
líneas rectas, inscripciones y, cuando hay formas animadas,
estas son estilizaciones de seres y objetos reales.
Los alfareros
mudéjares obraron todo tipo de piezas de vajilla: cuencos,
platos, orzas, redomas, ataifores, jarras, zafas, candiles, saleros,
barreños, jarros, bacías, escudillas, potes, lavamanos
Fueron tres las tipologías que emplearon, continuando con
las técnicas y modos de trabajo de la cerámica islámica:
la vajilla verde-morada, la vajilla azul y la vajilla dorada.
Las tres tienen sus precedentes en talleres de Irán e Irak,
desde donde se extendería hacia Occidente, difundiéndose
por todo el Mediterráneo, desde los obradores más
orientales de Egipto y Túnez hasta los más occidentales
del Magreb y al-Ándalus, y pasando desde aquí a
los alfares mudéjares peninsulares.
Tipos
de cerámica
Verde Manganeso
La vajilla
verde-morada fue propia de Teruel, Paterna, Manises, Manresa,
Barcelona, Talavera de la Reina o Toledo, principalmente. Pero
desde fines del siglo XIV, la moda del azul de cobalto se impuso
en los obradores de la Corona de Aragón (Paterna y Manises),
desplazando y haciendo desaparecer muy pronto las producciones
verde-moradas, circunstancia que sin embargo no se dio en Teruel,
donde se mantuvo esta familia cerámica hasta la expulsión
de los moriscos (1610) e, incluso, hasta la extinción de
sus obradores tradicionales en el siglo XX.
Azul cobalto
Los principales
centros productores de la vajilla azul cobalto fueron Manises
y Muel, que siguieron modelos de Málaga.
Un ejemplo
de este tipo de cerámica es el plato perteneciente al Instituto
Valencia de Don Juan de Madrid, datado en la segunda mitad del
siglo XV, en el que aparece una gran "Y", la inicial
de Isabel la Católica, muy repetida en todas las artes
decorativas de la época y que sirve de eje de simetría
para el resto de la decoración basada en atauriques.
Loza dorada
El tercer
grupo cerámico derivado de las producciones islámicas
y adoptado por los alfareros mudéjares fue el de la loza
dorada. Se trata de una técnica compleja basada en una
fórmula en la que los ingredientes más importantes
eran el cobre y la plata, que junto con almagre (ocre rojo u óxido
de hierro) y algún otro material más se diluían
en vinagre muy fuerte hasta obtener una pasta que se aplicaba
sobre las piezas. El color dorado, por tanto, se obtenía
sin oro, con vinagre mezclado con plata, bermellón, almagre
y cobre.
Las mejores
producciones del reflejo metálico, nombre con el que también
se denomina a esta técnica cerámica, se obraron
en Málaga en la etapa nazarí, destacando de manera
especial los magníficos Vasos de la Alhambra, que muestran
un dominio insuperable de la técnica y una delicada factura
ornamental, del que es ejemplo el llamado "Vaso de las gacelas",
exhibido en el Museo Arqueológico de la Alhambra de Granada.
Desde Málaga esta técnica pasó a los alfares
mudéjares, entre los que destacaron los de Mislata, Gesarte
y Manises, Calatayud y Muel.
Cerámica
mudéjar de aplicación arquitectónica
En cuanto
a la cerámica mudéjar de aplicación arquitectónica
y destinada al revestimiento y decoración de exteriores
e interiores, sus precedentes cronológicos y formales se
encuentran en la arquitectura almohade, como puede apreciarse
en la torre de la Kutubiya de Marrakech (1199).
La aplicación
de piezas cerámicas se dio en la arquitectura mudéjar
toledana y andaluza, con ejemplos como la iglesia de Santiago
el Nuevo (Talavera) , las torres de San Román, San Miguel
el Alto y Santo Tomé (Toledo) o las iglesias de San Marcos,
Omnium Sanctorum y Santa Catalina (Sevilla), obras casi todas
ellas del siglo XIV.
Sin embargo,
esta manifestación artística alcanzó su máximo
esplendor y extensión en Aragón, donde la adición
de cerámica en los exteriores se convirtió en un
rasgo distintivo y habitual desde el siglo XIII al XVII.
Destacan la
torre de Santa María de Ateca (Zaragoza, siglo XIII), en
la que se insertaron platos y fustes cilíndricos, verdes
y melados; la parroquial de Belmonte de Gracián (Zaragoza,
siglo XIII) y, sobre todo, el muro
exterior de la Seo de Zaragoza, donde las labores de ladrillo
se animaron con un rica tipología de piezas cerámicas
entre las cuales se encuentran azulejos pintados en azul que repiten
las armas del encargante, el arzobispo Lope Fernández de
Luna.
Pero es en
Teruel donde la unión entre ladrillo y cerámica
alcanza su mejor equilibrio en las torres de San Pedro y Santa
María de Mediavilla (siglo XIII) o en las de de San Martín
y el Salvador (siglo XIV). En ellas se muestran una mayor variedad
de piezas: discos de diferentes tamaños, fustes, azulejos
cuadrados, verdes, negros y melados, columnillas compuestas por
piezas cilíndricas y esféricas achatadas, estrellas
de ocho puntas con sus marcos y crucetas de fondo, puntas de flecha
Los alfares
mudéjares realizaron también revestimientos de suelos,
a la vez aislantes y decorativos. Uno de los mejores ejemplos
son los suelos del palacio de la Aljafería de Zaragoza,
dispuestos en el salón del Trono y salas anejas. Las obras
se realizaron en tiempo de los Reyes Católicos y se combinaron
azulejos pintados a pincel con otras piezas vidriadas monocolores
formando un diseño geométrico en el que se reiteraban
temas vegetales, geométricos de lazo y los emblemas reales,
es decir, el yugo y las flechas, además de la granada,
símbolo de la toma de la capital nazarí con la que
se puso fin a la reconquista. Destaca de igual modo las solerías
del convento de Santa Isabel en Salamanca.
En la misma
ciudad pero en el convento de las Dueñas, se conserva una
excelente portada de cerámica alicatada en blanco, verde,
melado y manganeso en el piso alto del claustro.