Durante
la Edad Media, la guerra tuvo una importancia fundamental,
tanto a nivel político como social. El caballero gozaba
de un estatus privilegiado en la pirámide feudal.
Los
aspirantes a caballeros se entrenaban en simples ejercicios con
lanza o incluso en combates con otros aprendices, en lo que se
conoce como lucha de bohordos. Una vez armados, los caballeros
proseguían su entrenamiento durante toda su vida
militar, por lo que se hizo necesario crear las condiciones
más reales posibles para que la preparación fuese
realmente eficaz.
Aunque hubo antecedentes,
fue durante el siglo XI cuando aparecieron los torneos,
combates a caballo en que los caballeros se enfrentaban
entre sí armados con lanzas a lo largo de diferentes rondas
y que, en un primer momento, se desarrollaban alrededor de un
recinto circular donde los combatientes daban vueltas simulando
una batalla; de ahí su nombre, derivado de la palabra "tornear".
Distribuidos
en dos bandos, los combates se desarrollaban mediante enfrentamientos
individuales, o bien cargas compactas y emboscadas en las que
trataban de derribar al oponente para desarmarlo y apresarlo.
Las armas utilizadas eran lo más parecidas posible a las
reales, generalmente pesadas, que se denominaban "armas
corteses", pues habían sido en parte modificadas
para evitar accidentes en lo posible (bastones, lanzas sin punta
o espadas romas). Sin embargo, pese a todas las precauciones no
eran raros los accidentes, con heridas graves y muertes.
La Iglesia se opuso a
los torneos pues ponía en serio peligro la vida de los
participantes y llegó en ocasiones a prohibir los torneos
y se pronunció oficialmente en su contra en el Concilio
de Clermont. En 1175 el arzobispo Wichmann de Magdeburg ordenó
la pena de excomunión a los participantes por su extrema
violencia.
Ya en el siglo XI se buscó
una cierta homogeneidad entre los torneos celebrados en distintas
zonas. Así, en 1066, Godofredo de Preuilly escribió
un tratado de normas que fue ampliamente utilizado en Alemania,
Inglaterra, Italia y los reinos peninsulares. Su finalidad fue
evolucionando con el transcurso de los siglos, pasando de ser
un medio de promoción para caballeros pobres o de prestigio
para los más poderosos, y entrenamiento frente a contingencias
militares, a tener en los siglos XIV y XV un carácter más
lúdico y de espectáculo para disfrute, en primer
lugar, de la nobleza y, en último extremo, de entretenimiento
para el pueblo llano.
Funcionamiento
de los torneos
Los torneos se convocaban
junto a los castillos, de forma periódica o con ocasión
de acontecimientos especiales, como coronaciones, matrimonios,
firma de tratados o treguas, entre otras.
El organizador establecía
las normas que debían regir y enviaba heraldos a los caballeros
invitados o que quisieran participar. La celebración tenía
lugar en un recinto cerrado, generalmente de planta ovalada, alrededor
del cual se disponían las gradas para el público
asistente, muy fastuosas y decoradas para los personajes importantes,
y sencillas para el pueblo llano; junto a estas instalaciones
se levantaban las tiendas destinadas a los caballeros, sus escuderos
y criados, así como a los oficiales que se cuidaban del
correcto desarrollo del evento; además, las localidades
próximas se engalanaban para acoger a los visitantes y
participantes, en muchas ocasiones venidos de tierras lejanas.
Diversos caballeros conocedores
de las reglas hacían las funciones de jueces, supervisaban
el correcto estado de las armas y tomaban juramento a los participantes
sobre su noble comportamiento; otra figura importante era el rey
de armas, encargado de anunciar a los distintos contendientes.
Los caballeros tenían
que especificar su linaje, pues sólo podían enfrentarse
entre sí los de un mismo nivel, y situar su estandarte
en el campo. Con carácter previo, era habitual que se celebrasen
enfrentamientos entre escuderos con armas ligeras, como espadas,
que les servían de prueba. Dentro ya del torneo propiamente
dicho, en un primer combate, cada participante escogía
uno de los estandartes como contrincante, y se enfrentaba a él
lanzándose de frente con su montura y lanza; vencía
quien rompía más lanzas contra el rival. Al principio,
se hacía sin separación entre los caballeros, pero
con el tiempo se colocó una valla entre ambos para garantizar
la seguridad.
A continuación,
la lucha proseguía a pie, con espadas y mazas, para concluir
con un enfrentamiento colectivo entre dos grupos de caballeros,
que concluía cuando el rey de armas daba la señal
de detenerse. Al objeto de evitar accidentes, entre las normas
que regían estos combates estaban el no herir de punta
al rival ni al caballo, no luchar varios contendientes contra
un mismo rival y no asestar golpes al caballero que alzase la
visera de su casco. El vencido y sus armas quedaban a disposición
del vencedor, quien recibía su premio de mano de los jueces
y acostumbraba a depositarlo a los pies de la dama elegida.
Finalmente, los torneos
acostumbraban a concluir con un gran banquete al que asistían
todos los participantes y en el que las damas homenajeaban a los
vencedores; no en vano, tenían también un cierto
componente cortés a lo largo de toda la celebración.
Otras
modalidades de combate
Los torneos eran unos
complejos espectáculos que conllevaban un gran movimiento
de combatientes y de público. Junto con ellos, había
otros dos tipos de enfrentamientos reglados que tenían
cierta similitud: las justas y los pasos de armas.
Las primeras consistían en combates singulares en los que
se utilizaban armas no simuladas, por lo que los contendientes
podían ser heridos o muertos durante los mismos.
Los pasos de armas, por
su parte, eran desafíos o retos que lanzaba un caballero
a quienes quisieran atravesar una entrada o paso protegido por
él; para poder traspasarlo, debían enfrentarse y
vencer al mantenedor, ya fuese de forma individual o colectivamente,
según unas normas o condiciones que eran previamente redactadas
por escrito; el combate se celebraba con un despliegue de medios
que poco tenía que envidiar a los torneos. Uno de los pasos
de armas más conocidos de que se tiene constancia es el
llamado Paso Honroso de Suero de Quiñones (1434),
en León.
Los torneos fueron desapareciendo
poco a poco a finales de la Edad Media, para extinguirse durante
el siglo XVI, aunque todavía siguieron celebrándose
excepcionalmente en épocas más recientes. Los últimos
de que se tiene noticia fueron ya a finales del siglo XIX, en
Barcelona y Eglington, en Inglaterra. Actualmente se celebran
representaciones de torneos con carácter turístico
y de espectáculo, en castillos y centros históricos
medievales de toda Europa.
Torneos medievales en los reinos hispanos cristianos
Las peculiares circunstancias históricas que
se vivían en los reinos peninsulares causó que los
torneos llegaran más tarde, resultando ser un espectáculo
de la Baja Edad Media (desde finales del siglo XIII al XV).
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Javier
Bravo)